Francia | El consumo - la búsqueda de la felicidad hasta en la ilusión

En la crítica habitual de la sociedad de consumo aparece reiteradamente el concepto del “mal del siglo” que conduce a comparar las sociedades rural e industrial precedentes.

Con algo de nostalgia y a veces sin la objetividad necesaria, ya que nadie puede negar la formidable mejora de las condiciones de vida, el crecimiento económico logrado y la inventiva técnica desplegada; tampoco se puede negar que en cada uno de nosotros hay una “alegría” de consumir, que equivale a los placeres intelectuales más elevados.

La gran maquinaria, no obstante, da la impresión de estar desbocada; el frenesí de los compradores y la avidez de los vendedores se incitan mutuamente y arrastran el sistema entero, incapaz éste de dar marcha atrás, de corregirse y, ni siquiera, de ponerse freno.

Primero, el consumo permitía saciar las necesidades esenciales, pero se ha ido orientando progresivamente hacia la satisfacción de los antojos. El consumo era patrimonio de las clases medias que hacían ostentación de su nuevo bienestar material y de su ascenso social, pero se ha ido desvinculado progresivamente de la capacidad real del ingreso.

A la racionalidad y a la responsabilidad les cuesta existir en el país de los vendedores de ilusiones. La vuelta a esta realidad, cuando ya no se sublima sino que simplemente se niega o esquiva, es, desafortunadamente, más brutal todavía.

La defensa de los derechos de los consumidores se desarrolla y refuerza a medida que se desarrollan las herramientas de seducción. La imposibilidad de consumir crea, por otro lado, insatisfacción, frustraciones a las que cuesta mucho resistirse y sufrimientos que cuesta mucho aceptar. Entonces, ciertos gastos se compensan con un endeudamiento suplementario, que raya en el endeudamiento excesivo, convirtiéndose éste, a su vez, en un mercado con sus ofertas de productos financieros más o menos adaptados, donde la solvencia no figura siempre entre las prioridades ni de los que piden prestado ni de los acreedores.

La sociedad de consumo influye, además, en nuestros comportamientos más allá del marco estricto del intercambio comercial. El mimetismo es tal, que uno termina consumiendo su círculo familiar, o las instituciones de la República, con la misma aceleración que caracteriza los famosos "ciclos de vida del producto" que lleva a utilizarlos más y más rápido, para hastiarse de ellos más y más rápido.

Nuestra sociedad moderna, liberada de sus antiguos yugos, no ha creado acaso nuevas formas de servidumbre, perversas en cuanto a que ya no oponen a las clases o a los colectivos entre sí, sino que afectan a los individuos mismos en su dimensión personal, psíquica y emocional.

El ser humano vale a veces más por lo que gasta que por lo que piensa y su búsqueda de la felicidad navega entre la ilusión y el deseo de posesión. Restituir el sentido, el tiempo, las convicciones es, quizás, volver a abrir las puertas de la libertad y vencer la opresión de la vida consumida para respirar el aire de una vida vivida y verdaderamente elegida. 

Jean-Paul Delevoye
Noviembre de 2010

(Fuente: www.mediateur-republique.fr/)

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